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Varanasi, un lugar único en la orilla del Ganges.

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Varãnãsi (en sanscrito)

Banãrasa (en hindi)

Kashi (antiguamente, en sanscrito)

Situada en el estado Uttar Pradesh, en el norte de la India, data del siglo XI a. C.

La ciudad santa de la India, yo prefiero nombrarla Varanasi.

 [… ¡Esto es la India!… el país de las cien naciones y del centenar de lenguas, de un millar de religiones y dos millones de dioses, cuna de la raza humana, del lenguaje humano, madre de la historia, abuela de la leyenda y bisabuela de las tradiciones, cuyo ayer lleva la fecha de las antigüedades del resto de naciones …   la tierra que todos los hombres desean ver, y que una vez vista, incluso si a través de un parpadeo, no dejaría ir, pues dicho parpadeo sería mejor que presenciar todas las maravillas juntas de todo el resto del mundo…]
Mark Twain, escritor

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Nadie describió mejor que Mark Twain lo que supone para el viajero la experiencia de visitar la India, descubrir su grandeza pero también enfrentarse a la pobreza, al hambre y al ruido incesante. La India es un país de gran singularidad, sobre todo Varanasi. Aunque es mi segundo viaje a este país, precisamente elegí finalizar mi recorrido aquí en Varanasi.

Varanasi puede que no sea la ciudad más monumental de la India, pero sí la que evoca gran parte de su espiritualidad. He podido percatarme que la religión está a flor de piel, hasta marca los quehaceres cotidianos en los más nimios detalles. Según sus creencias y una de sus tradiciones más ancestrales: todo hindú debería visitarla por lo menos una vez en su vida. Un lugar significativo, su razón más importante para celebrar las ceremonias y rituales que se realizan en los ghats (*) situados en la orilla izquierda del Río Ganges.

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Creo que durante mi corta estancia en Varanasi tendré que necesitar algo de tiempo para asimilar este cambio tan peculiar, se trata de una ciudad totalmente distinta a las que he visitado anteriormente en el norte de la India. Aunque mis experiencias por estas latitudes, y también a lo largo de mis viajes, mí mente siempre está abierta para aprender, considero que — ni remotamente, —  jamás he visto ni veré nada parecido a la India.

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Intuyo que existe un algo tan especial en Varanasi que, ni siquiera lo dudo, pueda encontrar en cualquier otro sitio de nuestro planeta. La sorpresa aguarda a la vuelta de la esquina, de todas las esquinas. A cada paso que doy me encuentro algo que supera lo anterior: un desfile funerario transportado por los familiares que se dirigen hacia el Ghat Manikarnika, el principal lugar de las cremaciones, o una tradicional procesión o marcha dirigida por monjes cubiertos con túnicas color azafrán; me siento embullada por el impresionante murmullo de los mantras mientras caminan hacia el Ghat Dasaswamed para realizar algún ritual.  Aquí los impactos sensitivos y emocionales me llegan a raudales, hasta son capaces de bloquear  mi mente.

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Camino por este caótico laberinto de callejas del centro antiguo de Varanasi. Me envuelve un ambiente enrarecido, tal vez sea la intensa mezcla de olores a especias, la inevitable suciedad de las calles ocasionada por la convivencia con animales y la falta de gestión de la basura, la abrumadora diferencia de castas, la sobrepoblación.  Sobre todo, la falta absoluta de silencio en las calles principales, son una mezcla de bocinas de rickshaw, bicicletas, camiones, los ladridos de animales, mugidos de vacas y gritos de los vendedores ambulantes al pregonar sus mercancías.

[… Callejuelas estrechas, serpenteantes, pavimentadas con viejas piedras de río que brillaban de una pátina producida por los pies de innumerables generaciones de peregrinos, atravesaban el corazón de la ciudad. Una ciudad donde las vacas tenían preferencia desde el alba de los tiempos, y que recorrían santones con el cuerpo cubierto de ceniza y el cabello enmarañado, campesinos recién casados con sus mujeres del brazo, abuelas con sus nietos y ancianos que venían de muy lejos para llegar al Templo de Vishwanath, el señor del Universo. Una ciudad considerada el lugar más sagrado del mundo por los fieles hindúes…]

  “El sarí rojo”, de Javier Moro, capítulo 20

El Ganges ha permanecido oculto tras una muralla de edificaciones que parecen detener el ruido de esta ciudad. Tras deambular por las callejas al fin llego hasta el Ghat Dasaswamed, lugar de la cita con Kiran, el guía.

Y,  por primera vez contemplo el Ganges. La “Gran Madre” como se le conoce. Desde mi atalaya me parece que es majestuoso, impresionante. Es un auténtico remanso de paz respecto al estruendoso ruido que he dejado atrás. Decido sentarme en un lugar apartado.

El río sagrado tiene una longitud de 2.510 Km desde el glaciar de Gangotri, en el Himalaya; hasta su desembocadura en el Golfo de Bengala forma un gigantesco delta cubierto de manglares.  En la cuenca del Ganges viven más de 500 millones de personas.

La escalinata del ghat está ocupada de gente que, silenciosamente,  realizan el ritual baño purificador. Me sorprende su manera de cumplir con este acto. Los peregrinos y devotos hindúes se sumergen primero de medio cuerpo, luego de cuerpo entero y todo ello acompañado de una serie de chapuzones rítmicos, supongo que responderán a este misterioso ritual.  Por último, se introducen hasta cubrir la cabeza. Así finaliza su purificación.

Dice un antiguo verso en sánscrito:” Quienes se bañan en el Ganges no solo se purifican, también ayudan al Sol a salir para iluminar la oscuridad”.

Como es habitual, la curiosidad  que me embarga hace que mis ojos oteen los alrededores del ghat. Me llama la atención los sadhus, sentados acá y allá de la escalinata,toda una institución en la India. Según me informa Kiran, estos monjes o ascetas hindúes son respetados y venerados en la India, su forma de vida es dedicar la mayor parte del tiempo en la meditación, la penitencia y  la austeridad lo que implica a la renuncia de los bienes materiales.

Así alcanzarían la iluminación espiritual y la felicidad. Referente a su aspecto, es llamativo el cabello tejido y enredado en largas rastas que son recogidas bajo el turbante. Se deben a las donaciones voluntarias de alimentos.

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Ha sido una jornada intensa y calurosa, por lo que decido volver al hotel para descansar. Acuerdo con Kiran, el guía, que me recogerá al atardecer para asistir a la ceremonia religiosa Ganga Aarti.

Este ritual tiene lugar cada atardecer en el Ghat Dasaswamedh. Puntual a la cita,  devotos, peregrinos y foráneos tan impacientes como yo, se concentran en esta orilla del Ganges a la espera de la representación. Mi posición entre esta muchedumbre es ideal.

Según la información que me proporciona Kiran, es una ceremonia hindú  de culto religioso ejecutado por un grupo de jóvenes pandits(*), todos visten túnicas de color azafrán. Utilizan el fuego como ofrenda  a Maa Ganga, la diosa del río más sagrado de la India.  En la oscuridad de la noche, es espectacular cómo resplandecen las llamaradas de las lámparas, es hipnótico. El silencio es absoluto.

En  este acto, en una parte de la puja (*) se ofrece luz a una o más deidades, acompañado  del sonido de las pequeñas campanas, tambores y los cantos rítmicos de los himnos. Percibo que todo el conjunto crea una atmósfera mágica y emotiva. Finalizado el espectáculo me alegra haber vivido esta experiencia única, a la vez que me he sorprendido por sentir cierto halo de fascinación.

Son las 5.00 de la madrugada y Kiran me recoge en el hall del hotel. Destino, el Ghat Dasaswamedh, sólo unas horas antes presencié aquí el Ganga Aarti. Ahora, es para un paseo en barca por el Ganges. Comparto la embarcación con otras personas desconocidas para mí. Tras los saludos de rigor, me acoplo.

La vieja barcaza comienza su lenta navegación. Todos permanecemos en silencio, ni siquiera pestañeamos absortos en este panorama tan singular. Pienso que este paseo es la mejor forma de entender la dimensión sagrada del río sagrado y su liturgia.

Como una aparición fantasmagórica en medio de la noche una barca se acerca por el costado derecho. Una joven murmura algunas palabras y alarga su brazo portador de una gran canasta de diyas ,— ofrendas, una hoja de loto con unas flores y una vela.— A cambio de unas monedas compro una, deseo compartir esta vieja tradición hindú. Intuyo que es un momento especial para recordar a mis seres queridos, seguidamente la deposito en el agua. Observo durante un rato como se aleja entre la bruma.

Vivo intensamente esta experiencia.

La embarcación avanza lentamente, como si el agua pesara más de lo normal. Desde mi posición vislumbro los destellos rojizos del fuego de las cremaciones en el Ghat Manikarnika. La densa humareda asciende hacia el cielo. Contemplo con asombro como en este espacio lúgubre irradia tanta tristeza; además se percibe el extraño olor a muerte, entre la madera quemada y la mezcla de inciensos y sándalo.

Supongo que serán innumerables los rituales que se celebran, imagino que irán más allá de la vida y la muerte, la pureza y la miseria de un pueblo que parece estar convencido que el Ganges y los dioses que veneran podrán liberarles del ciclo de las reencarnaciones.

[… Viajar no siempre es bonito. No siempre es cómodo. A veces duele, incluso te rompe el corazón. Pero está bien. El viaje te cambia; debería cambiarte. Deja marcas en tu memoria, en tu conciencia, en tu corazón y en tu cuerpo. Te llevas algo contigo. Con suerte, dejas algo bueno atrás… ]

Anthony Bourdain, escritor y presentador de TV.

Amanece. La vieja barca de madera se dirige hacia el embarcadero. Me emociona observar toda esa explosión visual del entorno. Varanasi a ras de las aguas del río Ganges es diferente,  una ciudad viva que presiento está envolviéndome en esa atmósfera de creencias y misticismo.

Contemplo los reflejos anaranjados del rey Sol sobre las aguas  místicas. Unos segundos más  y comienzan a impactar sobre los viejos edificios que marcan la división entre los ghats de la orilla. Es una panorámica hipnótica, como un mantra que me invita a la reflexión. El paseo finaliza pero la experiencia ha sido enriquecedora e inolvidable.

El Sol ya se divisa desde las escalinatas que se deslizan hasta el río Ganges, un lugar espiritual donde miles de hombres, mujeres y niños hindúes se  zambullen para el baño purificador. Imagino que la principal razón de purificarse será para alcanzar después de su muerte el moksa o nirvana. Algunos simplemente se asean, mientras que otros lavan la ropa entre los remolinos de aguas turbias. Ha sido un amanecer espectacular, sensitivo y emocionante para los sentidos. Como experiencia, será inolvidable.

A pesar de todo, siempre surge el punto de inflexión, aunque en mis viajes he vivido numerosas experiencias, pero pocas de ellas pueden compararse a las de Varanasi, la capital espiritual del hinduismo.

Aunque existen infinitas posibilidades de conocer la India, considero que es un vasto país tan distinto a lo que estamos acostumbrados en Occidente que  es necesario asimilarlo con tiempo. Este país es de extremos, sin menospreciar cualquiera de los atractivos que pueden asombrar a cualquiera.

En estos días de nuestro calendario, Noviembre, se celebra en la India una de las celebraciones más importantes: el Diwali o Fiesta de las luces, dedicado a la diosa Laksmi.

(*) Ghats, son las escalinatas que descienden al río Ganges.

(*)Pandits: Son líderes espirituales, seguidores y devotos del hinduismo, ayudan a los creyentes.

(*) Puja: Pronunciado Puya. Es palabra sánscrita. Es un ritual religioso realizado para presentar respeto a una o más deidades.

Fuente de datos: Libro El sari rojo, de Javier Moro.

La India por dentro, guía cultural para el viajero.