Sevilla, una ciudad que embruja y su duende vive en el Barrio Santa Cruz.

Día de Andalucía – 28 de Febrero 2.024

Unas breves pinceladas para describir algunos de los  enclaves de sus calles tortuosas y laberínticas del Barrio de Santa Cruz, el dramaturgo Luis Vélez de Guevara (1.579-1.644) refiere en su novela picaresca “El diablo cojuelo”:

   “Las calles de Sevilla, en la mayor parte, son hijas del laberinto de Creta”

El Barrio de Santa Cruz, se encuentra situado en el extremo sudeste del casco antiguo de la ciudad.  Está delimitado en el sur por los Jardines de Murillo y por la muralla árabe del siglo XII que, como un abrazo, rodea a las calles Agua y Vida. Su encanto radica por conservar parte de su trazado original  en el corazón de la Sevilla histórica y  la antigua judería de la ciudad. Su origen se remonta a los años posteriores a la conquista de Sevilla por el Rey Fernando III cuando en esta zona se asentó una importante comunidad judía.     

Un entramado de calles, plazas y pasajes donde parece que el tiempo se detiene.  En este lugar tan enigmático, las leyendas proliferan en cada una de sus esquinas y plazas. Hasta pueden surgir  extrañas apariciones en medio de un laberintico cruce.  En este singular paseo seguiremos los pasos de un invisible visitante: Sr. B.

El Sr. B. nos espera en una pequeña y recóndita  placita o adarve, una de las más íntimas y pintorescas de Sevilla. Los elementos decorativos: un crucero de piedra que corresponde  al siglo  XVI. Es uno de los rincones más tranquilos y misterioso.  Está situada en el Barrio de Santa Cruz y, curiosamente, es la plaza más pequeña  que posee los naranjos más altos de la ciudad. Y aquí empieza el recorrido.

Antes del paseo, es conveniente que el Sr. B. Inspire profundamente,  si quiere embriagarse de la “esencia de Sevilla” y envolverse en su magia.

Pese a que esta zona histórica está delimitada la superficie que ocupa, el Sr. B. camina despacio por el Barrio de Santa Cruz. Utiliza un mapa, su Smartphone. No ha transcurrido ni veinte minutos, y pierde el sentido de la orientación. Las calles son estrechas y zigzagueantes, además de sombrías y frescas en verano. No hay por qué preocuparse. La mejor forma de que siga el recorrido por el Barrio de Santa Cruz es guiándose por el instinto, caminando sin rumbo, dejándose sorprender  al doblar una esquina,  deambulando por sus angostas calles — en ocasiones se ensanchan levemente para dar formar a una placita y un pequeño jardín que la circunda.

Callejuelas y plazas que han sido testigos de numerosos hechos históricos y han servido de inspiración a poetas, escritores y músicos. Nuestro Sr. B. se adentra por una de las calles más peculiares y  con más historia del barrio, es la calle Judería. Un pequeño pasaje que nos hace retroceder siglos atrás.

El poeta sevillano Luis Cernuda (1.902-1.963) refiere en su libro “Ocnos” sobre  la calle Judería

[…Se entraba a la calle por un arco. Era estrecha, tanto que quien iba por en medio de ella, al extender a los lados sus brazos, podía tocar ambos muros. Luego, tras una cancela, iba sesgada a perderse en el dédalo de otras callejas y plazoletas que componían aquel barrio antiguo. Al fondo de la calle solo había una puertecilla siempre cerrada, y parecía como si la única salida fuera por encima de las casas, hacia el cielo de un ardiente azul.

En un recodo de la calle estaba el balcón, al que se podía trepar, sin esfuerzo casi, desde el suelo; y al lado suyo, sobre las tapias del jardín, brotaba cubriéndolo todo con sus ramas el inmenso magnolio…]

 El Sr. B. continúa el paseo. Se adentra en los zaguanes de las antiguas mansiones señoriales y en otras casas típicas de la construcción sevillana.  Su curiosidad le empuja y se acerca hasta las rejas de hierro forjado. Su expectación es tal que se queda embelesado en la contemplación de los azulejos y las cerámicas de Triana que decoran esta antesala de la vivienda. Con timidez, se  aproxima hasta la cancela  para admirar —con cierta envidia—  ese magnífico patio privado. Se extasía por el perfume que desprenden los jazmines, claveles, rosas de pitiminí y esas macetas de gitanillas y geranios que le otorgan a este rincón un colorido único.

Y también le impacta los curiosos nombres de las calles. Camina por la calle Gloria o del Ataud y también De la Muerte, después por la de Vida y comienza el recorrido por el Callejón del Agua. Cada rincón tiene una historia interesante que contar, cada callejón le susurra secretos del pasado. El Sr. B. se convence de que es un lugar donde la magia y la historia se entrelazan, creando un ambiente único y enigmático.

Otra singularidad que aguarda al Sr. B. es la estrechez de las laberínticas calles de la judería, como  la llamada Reinoso que su punto más estrecho son 106 cm. Y aún más peculiar que su escasa anchura es conocida popularmente como la calle de los Besos.

Y aquí sugiero una simpática leyenda. Los vecinos enamoradizos que vivían en las casas situadas a ambos lados de esta calle podían besarse sin ningún problema, sólo asomándose a los balcones.

Sin salir de su asombro, el Sr. B. se aproxima a otra de las calles que compite por ser la más estrecha de Sevilla, conocida como Lope de Rueda, sólo 102 cm. de ancho. Su perplejidad le deja atónito, sin saber que existe otra más en la misma zona, la calle Mariscal con101 cm. de ancho y  calle Cruces  con 119 cm de anchura, rompe la monótona estrechez.

El Barrio de Santa Cruz  es difícil llegar a conocerlo en una ruta turística, un  paseo sosegado por sus calles. Por muchas veces que se recorra este singular barrio siempre se descubre algo nuevo, algún detalle que pasa desapercibido, un rincón escondido. Por eso, sigue conservando su encanto especial,  esa esencia tradicional que Sevilla sabe repartir en el entramado de sus calles y que hace de este lugar un espacio mágico.

El paseo he finalizado y el Sr. B. regresa sobre sus pasos hacia la placita dónde partió. Parece contento de haber cumplido su cometido en este breve paseo. Según dijo el escritor Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno.”

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