Archivo por meses: septiembre 2020

Otoño y él sigue con nosotros.

Este  escrito me lo ha enviado mi querida amiga Eloísa Zapata. Por el contenido que expone,  creo  es el sentir que nos atañe a una gran mayoría de personas en estos tiempos tan nefastos que vivimos en toda la faz de la Tierra.  Por ello, he considerado interesante incluirlo en mi Blog.

Hoy, al despertar, la radio me ha dicho que ya ha llegado el otoño.  Lo tengo que creer porque es veintidós de septiembre y los movimientos de los astros no fallan. No porque haya notado los signos inequívocos de que llega la estación más agradable para visitar y pasear por Sevilla.

Sevilla debería estar a rebosar de gente. El aire debería correr fresco bajo un cielo azul intenso. Los árboles deberían empezar a dejar gotear sus hojas alfombrando el suelo con sus tonos dorados. El calor debería haber aflojado en su azote a los sufridos sevillanos. Nada, no hay nada de eso.

Veo calles con escasas personas, casi todas de edad madura, que van a la compra diaria. Tiendas que me gritan desesperadas: «Todo al 30, al 50, hasta al 70% de rebajas», porque han vendido poco desde que empezó la temporada primavera-verano, allá por marzo. «El Corte Inglés» no anuncia a voz en grito: ¡Vuelta al cole, consigue ahora sus bonos descuentos! Como si tuviera la sombra de una duda, un miedo razonable, a que la tan esperada vuelta al cole no se produzca.

Los días de septiembre van corriendo con lentitud, paso a paso. Cada jornada amanece con una nueva medida de seguridad añadida a las ya existentes; con avisos cada vez más insistentes a los ciudadanos. Algo inquietante flota en el ambiente. Algo me huele mal en el aire que respiro a través de mi mascarilla. Sí, ahora las hay de todas clases y colores, como si fuera lo único que se puede vender a la última moda.

No percibo la bulla de los bronceados veraneantes que regresan con ganas de compras invernales, con prisas por equipar a los niños, que han crecido durante el verano, con los uniformes, los libros y el infinito material escolar. No. Nada de eso. La ciudad y sus gentes los percibo como en suspenso, expectantes.

Los turistas, que tantas veces me han molestado como enjambre de moscas alrededor de la Catedral o el Alcázar, han huido… o los hemos expulsados. No palpitan los bares a medio día invadiendo mi olfato con el olor a adobo, o a calamares fritos. Ni por la noche se oye el recital, inagotable, de la lista de tapas que entonan nuestros camareros, únicos en el mundo. Ahora las tapas se descargan al móvil desde una aplicación QR. Hasta ahí ha llegado la era digital. Tampoco tengo que hacer cola para sacar la entrada de la última película que ganó el Oscar. Los cines están prácticamente vacíos, sin apenas estrenos del último festival.

El coronavirus, a causa del cual nos confinaron desde marzo a junio es el único que está mucho más animado, más activo. Ya hablan de una segunda «ola de la pandemia». Ya nos alertan de que viene con más fuerza que la primera y que, además, se unirá a la temporada de gripe invernal. ¡Pintan bastos para España!

Sí, la vuelta al colegio, a la universidad, será presencial, pero con muchas precauciones, con mucho miedo camuflado de valentía y necesidad. Con mucha tele-enseñanza, programada ya, por si acaso no se pudiera completar un nuevo curso.

Todo esto me hace pensar en lo poco que somos. Un “casi no ser” invisible fue capaz de paralizarnos la vida durante seis meses. Todos los proyectos, todas las que creíamos necesidades, todas las ilusiones inmediatas quedaron rotas, destrozadas, inoperantes, fue un día cualquiera de principios de marzo.

Ahora, que septiembre finaliza, todavía no podemos hacer planes ni siquiera a un mes vista. En primavera se aplazaron bodas, primeras comuniones, eventos culturales y familiares hasta el otoño con la esperanza de que hubiéramos vencido ya al enemigo común. Llegó el ansiado otoño y nos topamos con que la «segunda ola», tan susurrada a media voz, es ya una realidad omnipresente. Se vuelven a limitar aforos, horarios de bares y restaurantes. Se cancelan actos públicos y vuelos al extranjero. Nos encontramos con que lo aplazado se puede realizar, pero con muchas, demasiadas restricciones.

Si no fuera por lo que es, si no fuera porque está en juego la vida de todos, sería un placer contemplar la belleza de mi ciudad sin bullas, ni ruidos. El sol, ese sol que luce orgulloso bajo el azul, distinto a todos los azules, en el cielo de Sevilla parece retar al mal, parece burlarse de la finitud de la vida humana y del poder omnímodo de un virus, que no llega ni siquiera a la categoría de ser vivo. Porque el Covid-19, como cualquier otro virus, necesita implantarse siempre en un ser vivo para poder subsistir él mismo. Literalmente se alimenta de nosotros. Y nosotros morimos o enfermamos gravemente ante su invasión.

El corona virus no se ha ido. Nunca se fue. Está aquí entre los españoles que vivimos con tres compañeros inseparables: la incertidumbre, la desconfianza y el miedo. Porque antes de que nuestro Gobierno impusiera el Estado de Alarma, ya estaba la muerte en el aire, ya se empezaron a poner en duda la viabilidad de nuestros deseos futuros.

Me doy cuenta de la poca importancia que tiene casi todo en esta vida. ¡Se puede prescindir de tantas cosas! ¡Hay tanto de superfluo en esta sociedad consumista, que vive de cara a la calle, al jolgorio y al aturdimiento de cada día!

Sí, se puede uno privar de todo… menos del alimento diario. Sin embargo algo tan necesario, tan consustancial con el ser humano, los besos y los abrazos, de eso no se puede prescindir. Y, justamente eso es lo que nos ha sido prohibido tajantemente. Morir es inevitable. Pero morir sin poder tocar la mano de tu madre, tu padre, tu marido  tu hijo, tu amigo o tu amante es lo más angustioso del adiós definitivo.

Me gustaría decir “te quiero”, ahora que aún no me han quitado la voz, a todas aquellas personas que de una manera u otra estáis en mi vida. Ahora, en que mi única compañía continúa siendo el silencio y el teclado del ordenador. Ahora que las calles de mi ciudad, fantasmas de un pasado orgulloso, no tienen la capacidad de hacerme olvidar que no soy más que una mijita de materia. Un poco de materia que algún día, tal vez muy pronto, se convertirá en energía, en un fotón de luz.

Mi yo fotón seguirá iluminando la ciudad tan querida y tan hermosa que me ha acogido en este mi paso por la tierra.

Sevilla 28 septiembre de 2020                                                                                                                                                                                                                                                               Eloísa Zapata

 

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Equinoccio de Otoño 2.020

 “Otoño”

 Aprovechemos el otoño
antes de que el invierno nos escombre
entremos a codazos en la franja del sol
y admiremos a los pájaros que emigran.

Ahora que calienta el corazón
aunque sea de a ratos y de a poco
pensemos y sintamos todavía
con el viejo cariño que nos queda.

Aprovechemos el otoño
antes de que el futuro se congele
y no haya sitio para la belleza
porque el futuro se nos vuelve escarcha.

                                   Mario Benedetti

 

En España llegará oficialmente el otoño el martes 22 de septiembre a las 22:00 horas y terminará con el solsticio de invierno el Lunes 21 de diciembre de 2.020.

 

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Objetos rituales en el budismo tibetano. Parte II

Tashi Palhel. Visita al Asentamiento de Refugiados Tibetanos. Ciudad: Pokkara (Nepal)

Vuelvo a retomar mis apuntes y una vez que he puesto un poco de orden, inicio esta II Parte.

Como ya comenté en el anterior post – Parte I – la cultura tibetana está llena de rituales y ceremonias, así como objetos de artesanías. Los tibetanos celebran cada mes una fiesta, y a veces, dos siendo la mayoría de ellas fiestas religiosas. La más importante es el Losar, el día de año nuevo que lo celebran el 29 de diciembre.

Desde el primer momento, me intereso por todo lo que está relacionado con esta cultura y recabo información a Aman, mi guía. Aunque ella es de etnia newar y de religión hindú, conoce bien a los refugiados tibetanos y sus costumbres. Me confiesa que tiene amigas en el poblado— habla el dialecto tibetano de Lhasa, el oficial—, así que a través de ella iré recabando información.

En el recorrido por el asentamiento, visito el Museo de las Alfombras. Los trabajos son realizados por las mujeres tibetanas y los tejidos utilizados son lanas  de alegres colores. Decidida me dirijo a un señor, creo que es el encargado, de mediana edad que está sentado junto a la puerta. Me mira con curiosidad. Empiezo con mis preguntas a Aman que, a su vez, se las traduce al guarda. Y, yo tomo notas sin descanso. La amabilidad y la paciencia mostrada por el hombre son de agradecer.

Ya es sabido que durante siglos, el Tibet estuvo oculto detrás de un velo de misterio debido a su remota localización situada en un amplio altiplano rodeado por las escarpadas cordilleras de los Himalayas. Aislado en su hogar de tierras altas a más de tres mil metros sobre el nivel del mar, el pueblo tibetano desarrolló su propio lenguaje y costumbres desde tiempos remotos. Además de la religión y el arte, el budismo también ha penetrado en otras facetas de la vida diaria de los tibetanos surgiendo en su literatura, música, danza, astronomía, educación e incluso nociones de medicina. Así, el  budismo se ha convertido en cuerpo y alma de la cultura tibetana.

En todo el mundo, posiblemente, no existe otra religión que sea devota a tantas deidades y el uso de numerosos objetos rituales para las ceremonias. Está tan arraigada en la vida de los tibetanos que creen a Buda con gran devoción. En este viaje por Nepal he podido observar a la gente por las calles, una mayoría hacen girar la rueda de la oración o se postran delante de algún pequeño altar recitando los versos de los mantas y sutras. Siempre están susurrando. Aman, mi compañera, me insiste para que entremos en el Monasterio del poblado, no existe impedimentos para que yo, una extranjera, irrumpa en su interior.

Una corta visita al Monasterio Tashi Palhel ubicado dentro del asentamiento donde viven un centenar de monjes budistas. Sin hacer ruido, Aman y yo nos sentamos en uno de los bancos que hay junto a la pared. La luz que se filtra por los ventanales ilumina los thang-kas, tapices budistas que cuelgan de los muros. Mis ojos no dejan de mirar a un lado y a otro, todo me sorprende. Comienzan a entrar algunos monjes jóvenes ataviados con la túnica color naranja y la cabeza rapada. Es la hora de la oración. Decidimos abandonar este lugar sagrado.

Creo que el arte tibetano está íntimamente relacionado con sus creencias religiosas, es considerado como una parte integral de su práctica espiritual. Como curiosidad me informa Aman Shrestha, mi guía, que los budistas para obtener el beneficio espiritual del mantra pueden hacer cuatro cosas:

—Pronunciarlo, repetir continuamente el mantra en voz baja.

—Escribirlo, en muchos cruces de caminos se pueden encontrar montones de piedras talladas con mantras.

—Hacer ondear al viento las banderas de oración pintadas con mantras o sutras, según la costumbre se cuelgan en las calles, templos e incluso en los caminos.

—Hacer girar un molinillo de oración en el mismo sentido de las agujas del reloj y repetir los rezos.

molinillos oración

Esta última es una de las prácticas religiosa que se hace a diario: el uso de los molinillos o ruedas de oración de mano. Un objeto ritual utilizado tradicionalmente entre los practicantes del budismo tibetano durante las actividades de su vida diaria. Consiste en unos cilindros de latón que giran sobre un eje. Su exterior está decorado con los ocho símbolos auspiciosos del budismo, lo que amplía el simbolismo de estas piezas. En su interior contiene un trozo de papel con los mantras, el más rezado es el Om Mani Padme Hum.

Otro objeto emblemático es la caracola tibetana o dungkar. A lo largo de la historia del Tibet ha sido utilizada como un instrumento religioso. En los monasterios cuando se celebra la práctica real de los rituales y ceremonias la música juega un papel destacado. Entre los instrumentos utilizados, el lamento de la caracola resalta entre la vibración de las campanas, platillos, trompas, oboes y tambores. Es usual encomendársela a los monjes jóvenes para ejercer la función de llamada. Al hacerla sonar  anuncia los rituales. Está considerada como símbolo auspicioso del budismo. Además, yo destacaría el trabajo y los complicados diseños  realizado por los orfebres, cada caracola es una pieza única.

El mala es un objeto ritual casi idéntico a otro de la religión católica: el rosario. En este caso es llamado mala o rosario tibetano utilizado por los budistas cuando recitan los mantras u oraciones sagradas. Tiene 108 bolas o cuentas y además una es de mayor tamaño que las otras ,se le llama “una cuenta del gurú”. Esta bola es el punto de partida para el circuito y no suma en el total de las 108.

mala Rudrakska

El por qué son 108 bolas. El 108 está considerado como un número sagrado en la astronomía, se relaciona con las 12 casas astrológicas que multiplicadas por los 9 planetas del sistema solar dan como resultado esta cifra.

El mala pueden estar realizado en hueso, minerales, semillas de Rudrakska,  loto o cristal. Los monjes acostumbran a utilizarlos de madera.

Para el rezo es habitual repetir muchas veces, bien en voz alta o mentalmente, los mantas o sutras. Así es una manera de controlar el número de veces que se recitan las oraciones.

En la iconografía y en los rituales budistas tibetanos, el Dorje  o Vajra en sánscrito, significa rayo o diamante como principio de liberación espiritual y mental en la que se basa la filosofía tibetana. Siempre le acompaña la Campana, juntos representan lo opuesto que conviven: la Campana es el símbolo del lado femenino mientras que el Dorje lo es del masculino. Durante los rituales el primero se sujeta en la mano derecha, y la otra en la mano izquierda.

Un objeto muy curioso que llama poderosamente mi atención es el Damaru, pequeño tambor ritual en las celebraciones musicales. Originalmente se fabricaba uniendo dos

damaru

tapas de cráneos enfrentadas por la coronilla. Se solía revestir con la piel de algún animal y adornadas con cordones que servían también como badajos: al repercutir rítmicamente refuerzan la vibración producida por el impacto de la vara o palo con el que se golpea el tambor.

El Damaru contribuye a marcar el ritmo de las recitaciones de los mantras y los sutras. Acompaña a las distintas celebraciones monásticas y su origen chamánico se integra completamente en los rituales tántricos.

Existen muchos más objetos rituales y de ceremonias, personalmente, son curiosidades para conocer las ancestrales costumbres que existen en países tan lejanos. Sería interesante que pudiera ver aún más allá y encontrarme de lleno con la historia de una religión y los distintos ritos del budismo tibetano. Creo, es la más amplia en cuanto a número de divinidades y, tal vez, pueda acabar perdiéndome entre los múltiples brazos de sus dioses.

Fuente información: “Elementos de iconografía budista”, Aranda Kentish

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